Pienso a veces en la vida a pelo. En Navidad también hay que estudiar, unos más que otros. Me llegan noticias no tan lejanas de gente que trabaja más que nunca. Y se da. Paso por el hospital casi cada día y las luces de la primera planta siguen encendidas, veo los goteros desde la calle.
Alguna tarde, sobre las ocho, en un rato de paz de la que hablan los villancicos, encendemos la hoguera del belén y dejamos caer el agua de la fuente. Qué silencio. Antes de la cena que se multiplica estas noches, o de la salida con prisa de última hora porque falta...
Busco entre el descanso de los blogs amigos y todos estan dormidos, como éste. Sin tiempo ni ganas de escribir, viviendo hacia dentro -intra, al final somos intra- estos días de Navidad que no son solo Nochebuena, porque también está San Esteban, y los Inocentes. Ya se acerca el final del año -viejo, más que viejo- y allá a lo lejos casi veo a los camellos que se acercan; vamos haciendo sitio cerca del Portal.
A veces fallan las fuerzas y no sé si se nota que las tradiciones se van cumpliendo a pulso. Con ellas llega algo de calma, de deber cumplido. Pero me pierdo matices, alguna sonrisa, algún gesto se me escapa; se me olvida mirar a donde quiero. Ayer de postre tomamos, junto con el turrón y los polvorones, la fruta confitada que tanto le gusta a mi padre; calabazate, pera, melocotón, naranja, ciruela. Sobre todo calabazate. Y esa fruta, tan dulce, me ha regalado este año el matiz, el sabor único, la silla para montar, el pulso que se deja vencer.
Adiós 2011, qué viejo te has puesto. Tanto pulso y a pelo no sé si te han sentado bien.
Adiós 2011, qué viejo te has puesto. Tanto pulso y a pelo no sé si te han sentado bien.