jueves, 29 de diciembre de 2011

a pelo y a pulso (fruta confitada)



Pienso a veces en la vida a pelo. En Navidad también hay que estudiar, unos más que otros. Me llegan noticias no tan lejanas de gente que trabaja más que nunca. Y se da. Paso por el hospital casi cada día y las luces de la primera planta siguen encendidas, veo los goteros desde la calle.

Alguna tarde, sobre las ocho, en un rato de paz de la que hablan los villancicos, encendemos la hoguera del belén y dejamos caer el agua de la fuente. Qué silencio. Antes de la cena que se multiplica estas noches, o de la salida con prisa de última hora porque falta...

Busco entre el descanso de los blogs amigos y todos estan dormidos, como éste. Sin tiempo ni ganas de escribir, viviendo hacia dentro -intra, al final somos intra- estos días de Navidad que no son solo Nochebuena, porque también está San Esteban, y los Inocentes. Ya se acerca el final del año -viejo, más que viejo- y allá a lo lejos casi veo a los camellos que se acercan; vamos haciendo sitio cerca del Portal.

A veces fallan las fuerzas y no sé si se nota que las tradiciones se van cumpliendo a pulso. Con ellas llega algo de calma, de deber cumplido. Pero me pierdo matices, alguna sonrisa, algún gesto se me escapa; se me olvida mirar a donde quiero. Ayer de postre tomamos, junto con el turrón y los polvorones, la fruta confitada que tanto le gusta a mi padre; calabazate, pera, melocotón, naranja, ciruela. Sobre todo calabazate. Y esa fruta, tan dulce, me ha regalado este año el matiz, el sabor único, la silla para montar, el pulso que se deja vencer.

Adiós 2011, qué viejo te has puesto. Tanto pulso y a pelo no sé si te han sentado bien.

jueves, 22 de diciembre de 2011

ya tengo post


Ayer cumplíó siete años mi sobrina Paz. Su hermana, algo más pequeña, me enseñó el belén que ha ido haciendo en el colegio; por fin  trajo al Niño Jesús. Detrás de la figura de cartulina coloreada por ella leí:

¡qué alegría! ¡qué ilusión!

 

Pensé que ya tenía post. Todas las demás palabras se me quedan demasiado pequeñas o demasiado grandes. Quiero colorear ese pesebre, yo también.  Se valen abrazos, caricias, cocinitas, se vale lo más humano que tengamos a mano. Estamos de muuuuuy enhorabuena. Estamos de ¡menos mal!.

¡Feliz Navidad!

lunes, 19 de diciembre de 2011

desafinado


Allí estaban. Los sabores: dulce, saladito, suave, un poco picante, amargo y alegre. Los ritmos: lentos e incomprensiblemente hermosos y animados en el gesto solo, en un pequeñísimo movimiento de la cabeza. Y la flauta y la voz. La voz. Nos acarició el alma y nos arrimó el verano y la luna. El frío afuera. El gintonic clinqueante y sonreir. Escúchala entera. Escucha el final que acaba  mucho más tenue. Estaba el silencio, casi el silencio. Un concierto con pausa para fumar y helarse. Volver al calorcito, a la bossa nova. Estaban también los colores y las pequeñas nieblas, las concretas. Estaba lo íntimo y lo pequeño. Lo sutil, lo más sutil aún. Creer que es posible. Estábamos nosotros nuevos y nuestros amigos viejos.

En el fondo de su pecho callado, en el pecho de los desafinados también late un corazón.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

el pesebre



Llevo la ventanilla abierta, ya sé que es diciembre. Quiero que me dé el aire; mejor para las ideas, menos opción. Aire. Todo ha sido más lento este año, también el otoño. Recién caídas están aún las hojas. Hay un colegio, un patio. Es la hora del recreo; son los pequeños y juegan. Recogen montones de hojas de la otra esquina y las llevan al extremo que da a la calle, justo a mi izquierda. Nos separa una valla. Saco la cabeza y veo que han acercado bastantes. Pero quieren más, muchas, así. Lo dicen.

Dentro de poco sonará el timbre y volverán a clase. Pienso en cosas que nada tienen que ver con los niños, ni con el recreo, ni con el pesebre de hojas. Ni con lo que me separa de los niños, el recreo, las hojas y el pesebre.

El semáforo se ha puesto verde. Mi mal humor sigue ahí, pero me cuesta menos ignorarlo. Hoy era supino, por cierto.

domingo, 4 de diciembre de 2011

una peli para creérsela


No es que yo quisiera ser Jane Eyre, que es lo que me pasó cuando de -más- joven leí la novela. Fui más consciente anoche de la durísima realidad que hizo que Jane se forjara como alguien fuerte y delicado a un tiempo. Sufrí con las imágenes de su pasado, con los escarnios a los que se vio sometida. Pasé miedo en la niebla. Sonreí solo una vez en toda la película. No tenía motivos. Estaba con ella, con ella, con ella.

Se me hizo larga cuando para Jane el tiempo no pasaba. Oscura cuando a ella no le llegaba la luz. La empujé a seguir dibujando, soñando. Quise sus sueños. Amé a Rochester en su desgracia. No lloré porque para entonces me había contagiado de su firmeza. Me adelanté a su angustia solo antes de que conociera el secreto. La puerta que se cerró para ella retumbó dentro de mí aun sabiendo el final de la historia. Creí en sus ojos.

Perdoné a Rivers porque lo perdonó ella y perdoné al script pese a que Jane viajaba sin maleta. Tuve ganas de vestirme hoy con un cuellecito de encaje sobresaliendo de mi jersey de los 90. Por encima de todo eso salí con una palabra retumbando y repitiendo: integra, integra, integra.