Pablo tenía los dientes torcidos, usaba calcetines blancos y con su moto macarra se tumbaba en las curvas. Pablo es cura. Ha bendecido casas, cabezas, frentes, medallas y cruces, ha ido midiendo la nariz de nuestros hijos. Se ha puesto un gorro para hacerles reír y eso no lo olvido.
Pablo tiene depresiones y toma pastillas, dice que son su particular puesta a punto de humanidad débil y herida. Eso y los aparatos para enderezar su dentadura, nunca es tarde si es buena la dicha. Pablo predica con pasión sobre todo cuando habla del Niño; es entonces cuando vuelca toda su capacidad de amar, de emocionar a quien le escucha y su ternura.
Pablo viene todos los años en Navidad, le cantamos el vuelve a casa del turrón y nos riñe. Porque no hemos colgado ese cuadro, porque somos unos dramáticos perdidos... Ahora conduce una motito también macarra pero más vespino y dice que va a llevarse de paquete a alguno de los chicos, que nos está haciendo falta una buena multa.
La sobremesa siempre empieza igual: cómo estáis de viejos todos, cuántos años habéis cumplido este curso. Y dentro de sus relucientes zapatos casi se ven unos calcetines de rayas, o me lo imagino. A él correpondió el honor de romper la primera figura del belén, agitándola se empeñó en que era de plástico. Luce manca desde entonces, todos lo somos un poco.
Pablo sigue siendo un tanto macarra, pero es cura y un buen amigo.
Pablo sigue siendo un tanto macarra, pero es cura y un buen amigo.